Víctimas de un destino cruel

     La luz brilla en el horizonte. Lentamente las calles se llenan de gente y la ilusión nos irá sacando de un letargo angustioso que no podíamos imaginar ni en los peores sueños. Nos ha tocado vivir una dolorosa pesadilla que ha dejado a las calles desiertas, ausentes, por donde vagaban sombras que penaban por errores ajenos que no pidieron, ni lo pedirán jamás, perdón por su imprudencia.

     Muchas personas mayores han muerto, sin saber muy bien el porqué de su marcha precipitada, sin poder despedirse de sus seres queridos. Les tuvieron que coger las manos, recibieron dulces palabras, muestras de un cariño infinito, personas desconocidas, extrañas hasta entonces, que se convirtieron en los guardianes de sus últimos sueños. 

     Tampoco pudieron despedirse ellos y darles las gracias por sus cuidados. En muchas ocasiones, sintieron en sus rostros el peso amargo de sus lágrimas y creyeron escuchar, en la difusa lejanía, entre ruidos desconocidos, angustiosos, que golpeaban sin cesar su débil corazón, los gritos desgarradores de sus queridos guardianes. Éstos querían consolarles, apretar, con dulzura las manos, cada vez más frías y débiles, para mostrarles todo su apoyo. 

     Sin embargo, a estas personas, víctimas del destino cruel, apenas les quedaban fuerzas, ya no podían distinguir aquellos rostros bondadosos y desencajados por el dolor, sus gritos y sollozos les estaban despidiendo, a ellos que, sin darse cuenta, se iban perdiendo en el olvido.