Lo peor no son las leyes de la Naturaleza, que son muchas y nos atenazan: nacimiento, enfermedad, vejez y muerte. Si sólo fuese eso… Además, los hombres (especialmente los Amos del Planeta) imponen sobre todos nosotros nuevas cadenas: irracionalidad e injusticia en forma de castigos como la pobreza y el hambre; la persecución, la explotación, la esclavitud, las guerras y finalmente en muchos casos lo más terrible: la muerte.
Todo este inhumano Mundo se nos aparece –al menos desde el plano de la intuición- en forma de un eterno ciclo, como una espada de Damocles que pendiese constantemente sobre nuestras cabezas: nacimiento y muerte; muerte y nacimiento. Y en el fondo que nos queda: ¿Desaparición? ¿Resurrección? O tal vez… ¿Renacimiento? Ser o no ser dentro del marco de la Eternidad: esa es la cuestión.
Y al enfrentarse a esta pregunta cada ser humano acoge y alimenta en el fondo de su corazón algo en lo que cree personalmente. Pero… ¿quién puede ofrecernos una respuesta definitiva acerca de tan insondable problema?
Lo que hay al otro lado de la muerte nos está velado. Y como decía el filósofo griego Platón, cuando un alma desciende de nuevo al plano terrenal ha olvidado ya sus anteriores experiencias de vida; claro está, que para cualquier neurocientífico todo ello no sería más que un mito, un bello cuento con el que calmar nuestra indefensas y afligidas consciencias.
¿Pero no cumple en cierto modo la fe esa primordial función? Fijaos que al margen de la pura racionalidad la fe tiene una fuerza especial: puede “mover montañas”. La razón no siempre es el único camino que conduce hacia la verdad, al menos a la verdad particular que cada cual persigue con honestidad y perseverancia. Creer o no creer: ese es el dilema. Un dilema hoy por hoy no resuelto.
Aunque, por fortuna o no –allá cada cual-, eso es lo único que nos queda. Una especie de cayado sobre el que apoyarnos mientras caminamos por la vida con nuestros frágiles espíritus a cuestas. Y así (no debiéramos ponernos tristes) nos vemos obligados a deambular día tras día sobre el filo de la navaja. Y es evidente que una navaja -sobre todo si está afilada como ésta a la que me refiero- corta la piel y por ella inevitablemente sangraremos…
¿Es esto acaso un castigo divino por el pecado original cometido?
No lo creo. Para mí los asuntos del Universo son mucho más complejos para poder ser explicados por medio de un castigo cargado como un “estigma” sobre la descendencia de Adán y Eva, cuando evidentemente toda su posterior progenie es inocente del mismo, pues no lo cometieron; no lo hemos cometido ninguno de nosotros. Sería entonces una tremenda injusticia que no tendría cabida –por contradicitio in términis- dentro de la Sustancia perfecta del Ser que llamamos Dios. ¿O no?
Para los budistas romper el ciclo de las infinitas reencarnaciones que llevan en su seno el sufrimiento de la enfermedad, la vejez y la muerte, descansa directamente sobre nuestras propias manos, sobre las manos de cada ser humano: la purificación y el perfeccionamiento del espíritu a través de la erradicación del velo de la ignorancia, por medio de la cual se accede a la solidaridad y la compasión para con todos los seres de la Naturaleza. ¿No es eso sin más el nirvana del que los sabios budistas nos hablan? ¿La gracia divina que poseen los santos en el cristianismo?
Y aunque sea una cuestión de creencias (no penséis que soy budista y aclaro que respeto, por supuesto, cualquier tipo de religión o punto de vista distinto), pienso que tal planteamiento está más cerca de aquello que en el fondo muchos pensamos que habría que hacer; que seguramente haya que hacer ya: perdonarnos a nosotros mismos, y a partir de ahí, perdonarlo todo y a todos.
Como si después de haber manchado con impurezas nuestro cuerpo y nuestra alma nos diésemos un baño sanador del que saldríamos limpios por dentro y por fuera. Porque cuando ya no te debes nada a ti mismo ni a los demás, puedes mirarte y verte al fin con claridad, enfrentándote así a ese Gran Espejo que inevitablemente lo refleja todo con absoluta transparencia. Ya no serías la misma persona –nunca mejor dicho-, pues habrías re-nacido de las cenizas como el mítico Ave Fénix.
Y cierro aquí estas reflexiones con una pregunta final:
¿No es esta cuarentena del Covid-19 acaso una oportunidad más para hacer borrón y cuenta nueva emergiendo hacia la ancha superficie de nuestro Mundo libre ya de éste y del resto de “virus” que condenan nuestra primigenia naturaleza?
Saludos a todos…
(De Cuadernillo de la Cuarentena-Covid-19)
J.L. Pacheco