La diversidad de la naturaleza humana



          Igual que nadie puede sobrevivir al aire enrarecido que se expande con su veneno y acaba tarde o temprano con nuestro cuerpo; tampoco el alma puede soportar la terrible carga de las emociones envenenadas que igualmente aniquilan la salud de la frágil y lábil afectividad. Llámesele orgullo, celos, ira, envidia, culpa, rechazo, frustración, vergüenza, ansiedad, miedo, y un largo etcétera; muchos de estos sentimientos dirigidos contra nosotros mismos o contra los demás. se expanden como la pólvora y acaban explotando por dentro o hacia fuera, dinamitando nuestro ser o el marco social de convivencia en el que nos desenvolvemos.

Sólo hay una solución, nada fácil por cierto: combatirlas desde dentro de nosotros mismos: eso sí, siempre que nos sea posible, con la ayuda de una atención terapéutica.

Pero desafortunadamente hay también un desgraciado obstáculo de partida, que seguro os va a sonar a determinismo, pues es el encargado de ponernos piedras en la rueda de nuestra evolución personal: eso que algunos con una visión muy optimista denominan filosóficamente hablando “libre albedrío”. ¿Existe de verdad? Y, en todo caso: ¿hasta dónde llegan realmente sus posibilidades? Yo, aquí os doy mi visión personal del asunto.

No todos los seres humanos –eso es lo que pienso firmemente- nacen con una predisposición afectivo-emotiva que les permita equilibrar y regular adecuadamente sus acciones para poderlas incorporar hábilmente en su conducta intra e inter-personal. En algunos casos extremos, la herencia –aunque siga siendo discutible su mayor o menor peso específico con respecto al ambiente en el desarrollo final de la personalidad- llega a convertirse en un hándicap, un lastre que puede minar la capacidad adaptativa de algunas personas de cara al logro de su integración social.

La Naturaleza, merced a sus todavía inmanejables leyes por parte del hombre (ya quisieran algunos descubrirlas para usarlas en su propio beneficio), no nos hace a todos iguales. Somos seres complejos, resultado de un desconocido conjunto de sinergias biológico-ambientales dentro de ecosistemas igualmente complejos y encadenados que producen finalmente eso que llamamos la Evolución. Que por más que se empeñen los neo-darwinistas no saben de verdad qué es y cuál es su alcance. Podemos atrevernos a jugar a ser dioses, retocando su dinámica como ya venimos haciendo, pero no estoy seguro de que podamos salir bien parados de tales acciones si los intereses que mueven esos proyectos no están humanamente diseñados para hacer el bien.

Mientras tanto, aunque sólo sea un consuelo a medias, y siempre en una proporción razonable –sin rechazar por supuesto el progreso actual de la civilización humana-, no nos vendría nada mal que adoptásemos una visión estoica de la vida, que tanto amparo prodigó en épocas pasadas a las antiguas civilizaciones, verbigracia la greco-romana.

Cada ser humano –en todo y en parte- es una singularidad, pero como el resto de los seres que se hallan en la Naturaleza sujeta a los avatares de esa Evolución a la que ya hemos hecho referencia. Y el campo de la afectividad no es ninguna excepción. Hoy por hoy, por más que pretendamos igualar, emparejar a todos los seres humanos, medirlos por un mismo rasero, nada de eso va a resultar posible; a menos que pretendamos forzarlo, y no es la primera vez que lo hemos intentado. La naturaleza humana es desigualmente perfecta, si es que ilusoriamente aspiramos a tal concepción ideal. No todos somos ni podemos comportarnos de manera idéntica, tampoco en cuanto al dominio y manejo de aquellas emociones capaces de crear a veces un ambiente tóxico que destruye la convivencia humana. Algo se puede hacer al respecto; pero sólo algo, que no es poco. Lo demás, a mi modo de ver, es meramente bienintencionado y utópico. Y a veces, esas utópicas fantasías de la imaginación creadora, cuando se intentan llevar sin más al plano de la realidad pueden resultar catastróficas.

Difícil es enmendar la sustancia de la que todos estamos hechos, que muchas veces nos detsroza el corazón dejándonos en una absoluta impotencia. Pero cuidado, lo que tengamos que hacer para erradicar y liberar a las personas de su tragedia existencial, hagásmolo guiándonos siempre por unos principios humanos servidos por la razón, que nunca fuercen ni vulneren éticamente nuestra natural esencia. No vaya a ser que el remedio que ponemos en marcha sea mucho peor que la propia enfermedad.


(De Cuadernillo de la Cuarentena Covid-19)

J.L. Pacheco.