El final del confinamiento

     Poco a poco, vamos saliendo a la calle, recuperaremos la rutina, la añorada vida cotidiana. Las calles aún tardarán en coger el ritmo de antaño, apenas hace unas jornadas, por sus esquinas surgirán los alegres personajes que, hasta hace poco tiempo, pintaban de vivos colores, eléctricos, el bullicio callejero. De los hogares surgirá un estallido de esperanza que despertará a esos mimos y volverán a emocionar a los transeúntes, en sus rostros brillarán unos pigmentos diferentes, cargados de ilusiones, de energía renovada. A través de su mirada, se podrá contemplar la senda por la que partiremos todos juntos e iniciaremos una nueva andadura, tal vez, tendremos que comportarnos de otra manera, los hábitos habrán de cambiar. 

     Sin embargo, los primeros pasos, tras el confinamiento han de ser firmes, seguros. Es necesario, ante todo, proteger nuestra salud y la de los demás. Todos dependemos de nuestros actos y, de nada, sirve hacerse el valiente y exhibir una fortaleza que se puede derrumbar en cualquier momento. Nuestro mundo se puede venir abajo en un simple parpadeo del tiempo. La bestia, llamémosla coronavirus u otro nombre, da igual, eso no importa, continúa en cualquier sitio, agazapada, aguardando el momento, no le importa esperar. 

     Al final, lanza su triunfo sobre el enorme tapete de la inconsciencia humana y nuestros pequeños logros, conseguidos a lo largo de mucho tiempo, los enormes sacrificios que hemos hecho, no sirven para nada.