Albricias: un campo sembrado para la Esperanza (El meditador y su Sueño)


          


EL PERSONAJE DESDOBLADO: 

-- ¡Albricias!, por fin has llegado hasta mi casa. Te esperaba, aún dudando de que esa posibilidad se hiciese algún día realidad. 

-- Sí, es cierto. Sé que me esperabas atemperando tu corazón con toda tu paciencia. No hay nada más que ver tu iluminado rostro. 

-- Siéntate y toma conmigo un poco de este agua fresca. 

-- Lo acepto, pues sé que el agua que me ofreces seguro estoy que será capaz de aplacar toda esta dura sed del desierto que llevo dentro de mí. 

-- ¿Acaso vienes del desierto, cual errante viajero? 

-- Del mismo; más bien vengo de todos los desiertos. Pero traígo una buena nueva para ti. 

-- Creo que no la merezco; aún no me siento preparado para recibirla. 

-- Vengo siguiendo tu estela de humildad desde hace mucho tiempo. No digas nada más y recibe con júbilo estas gotas de rocío que te ofrezco; ellas aplacarán tu inmensa sed, pues sabes bien que Dios aprieta, pero nunca ahoga. Se trata de una dura prueba, eso sí, igual que si experimentases el paso a través de un oscuro túnel al final del cual emerge siempre la Luz. 

-- Ahora entiendo por tus palabras lo que afirmas sobre la dura sed del desierto. Cuando arde todo tu cuerpo, y aún más tu propio Corazón, no hay agua alguna que pueda calmar esa sed, sólo la que nace desde lo más profundo de nuestro interior. 

-- Claro, pero a la vez intuyes que después de todo arduo trabajo llega la dulce recompensa; y porque aunque lleno de dudas –quien no las tiene- has esperado por tiempo indefinido mi llegada. Y aquí estoy para siempre contigo. Seguiré llevando mi agua a otras partes, pero tú ya jamás padecerás de sed. Unas gotas nada más te serán suficientes para que puedas atravesar con éxito el terrible desierto que te espera. 
-- ¿Unas gotas nada más, divino maestro? 

-- Ten fe en mis palabras: unas gotas nada más. 


EL NARRADOR: 

Y él la tuvo en ese momento, por supuesto, pero no pudo resistirse a escribir en un pequeño trozo de papel, que guardó secretamente en un cajón, estas preguntas que le angustiaban desde siempre: 

“¿Por qué después del nacimiento llega el sufrimiento, la vejez y finalmente la muerte? ¿Cuál es la razón de este ciclo eterno bajo el que viven todos los seres del Universo? ¿Es esto realmente necesario o se podría haber evitado? 

Luego se asomó al balcón de su casa y contempló una vez más el bullicio de los pájaros que volaban en el confín del horizonte. Y concluyó con un pensamiento que le pareció liberador: 

“--¡Claro, ahora entiendo la alegría de los pájaros: no poseen consciencia! Ahí está la clave: Sobre ese folio en blanco de la consciencia, cada uno de nosotros escribimos la historia de nuestra vida, siempre sujeto al reducido tamaño del papel que se nos ha entregado. En ese pequeño espacio de tiempo se configura nuestro margen de libre albedrío. Lo demás está totalmente prescrito por el Creador. A partir de ahí, sólo nos queda aceptar la vida tal cual es. Por ello, escuchad este sabio consejo que me doy a mí mismo, que os doy a vosotros también: 

“No es posible alcanzar la Verdad por nosotros mismos. La Verdad –inexorablemente- se nos dará por revelación, pero no podemos garantizarnos tal intuición. Aquí nunca lo sabremos. Sólo nos queda la Esperanza de que así sea. Esperar y confiar guiados por nuestra fe es todo cuanto nos queda. Y ya sabéis que la fe es un puro milagro”. 


(De Cuadernillo de la Cuarentena-Covid-19) 



J.L. Pacheco.