En plena digestión de los últimos acontecimientos.


Una lágrima de negra obsidiana, se sumerge 

en el fondo de un abismo, atrapado 

en las pupilas de los insectos.

Huele a carne y a sangre, a esa velocidad 

que se detiene en seco, bajo la inercia 

de los hechos truculentos que han dejado 

postillas sobre la tierra.



Se abren las sepulturas con gritos desgarrados 

de ultratumba, reclamando un lugar 

en la eternidad, para que los muertos 

no se pierdan en nuestro olvido.



Nada es totalmente inocuo, por la acción 

que la consecuencia cierne sobre los cuerpos,

cuyas mentes, se extravían en devaneos 

de la razón, sin aparente salida.



Sin introspección, no queda lugar al paréntesis 

adecuado, que  delimite los márgenes 

entre la razón y la locura.



Por el agujero de la inconsciencia, se filtran

los ademanes que  agitan las polillas 

de lo cotidiano, masticando una realidad 

a la que difícilmente aceptamos y consentimos 

por la fuerza de una costumbre mortalmente 

adquirida.



No todo se puede masticar y menos digerir.

El estómago no acepta preludios lentos,

en la música que agita las vísceras 

llenas del barro que se desprende de todas

las amargas existencias.



No hay nada que arreglar, si vemos que 

cada construcción está condenada 

a desmoronarse desde su creación.

Tampoco podemos borrar aquello que tiene 

tal solidez, que muerde las blandas conciencias de sus constructores.


Escrito en Febrero 2023 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”

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