aquellos viejos policías y ladrones

   Los ladrones y policías hace tiempo que dejaron de correr por las calles, no merecía la pena esconderse si ya nadie quería encontrar a nadie, ha perdido la gracia. Cada cual eligió su camino y las calles han perdido el encanto de antaño, cuando los gritos y las risas infantiles flotaban en el aire. Todo era alegría, sorpresas ocultas por las esquinas, esperando ser descubiertas para estallar el globo de la dicha.

   Las carreras desbocadas se perdían, por momentos, y aparecían, de pronto, en la guarida de la salvación en donde todo era jolgorio, satisfacción, por haber logrado superar toda clase de peligros y alcanzar la gloria efímera.

   Ahora, el silencio es atronador. Las calles han dejado de ser de los niños para convertirse en laberintos de la droga. Las esquinas ocultan vicios asquerosos que, con la luz del día, muestran, sin ningún tipo de pudor, las vergüenzas humanas.

   En alguna calle ausente aún se oyen las alegres voces de niños que juegan alegremente un partido de futbol donde, incluso, participa, alguna niña que se ha cansado de saltar a la comba y otros juegos femeninos. Quiere demostrar que puede darle al balón, e incluso, meter un gol. Tal vez, desee estar muy cerca de su primer amor y protegerle de alguna caída o alguna patada del adversario.

   .- Déjame en paz, niña, vete a jugar con tus amigas. El futbol es cosa de chicos -replicaba furioso y avergonzado de verse socorrido por una vulgar mocosa.

   En un sitio apartado, alejado de semejante campo de batalla, las niñas se divertían con los juegos de toda la vida, aquellos que habían heredado de sus madres y abuelas. Sus gritos y risas alocadas llenan de versos azules aquel trozo de la calle que, sólo a ellas, les pertenece.

   .- Que te he dicho que me dejes, estoy bien. No seas tan pesada -grita el chico, provocando la huida de su pesada admiradora.

   Un reducido grupo están a gatas por los suelos, sus valiosas canicas o sus preparadas chapas han de conseguir sus objetivos. Parecen estudiar, concienzudamente, cada jugada. Su concentración es absoluta. Son ajenos al partido y a las alegres voces de las niñas.

   Desde los balcones la tarde aquellos viejos policías, que han visto desaparecer a los ladrones por los caminos de la indiferencia ajena, vigilan todo aquel mundo infantil inmerso en una calle solitaria, llena de ilusión y una fantasía trasnochada, imágenes que, poco a poco, se van diluyendo en las cenizas amargas de los recuerdos.

   Ahora, sus antiguos amigos, son libres, incluso tienen sus derechos. En su tiempo libre cometen robos a gran escala, pero no son responsables de nada. La única culpable es la sociedad, que nunca les ha comprendido, jamás se dignó a atender sus exigencias y eso se paga, aparecen traumas dolorosos que te marcan de por vida.

   Aquellos fieles policías contemplan aquel hermoso espectáculo infantil, mientras esperan, impacientes, que otros compañeros les vengan a relevar y poder partir con el INSERSO hacia un paraíso soñado.

   .- Perdona amiga. Dame la mano y partamos, cuanto antes, al mundo de los recuerdos.

   En la calle de la melancolía, resonaran siempre las palabras y los gritos de los niños.

1 comentario:

  1. Leerte siempre es alcanzar algún punto de nuestra memoria o nuestros sueños. Te has ganado a pulso tu oficio de escritor. Aunque, como dices, la gloria es efímera y, en el fondo, inútil, hay otra pequeña gloria que nos hace vivir: la de conseguir pequeños hitos. ¿Pequeños? ¿Grandes? Todo es pequeño cuando comprendemos que somos un punto dentro de un punto del infinito universo. Aun así, volamos con la escritura en nuestros mundos particulares. Y aunque la soledad no es mala compañera si se aprovecha para que nos ilumine, a través de la esa escritura también llegamos a veces a los otros. Un abrazo, Jose Gerardo.

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