Mi carrito. Por Gio Aguiló.

 



Los poemas rara vez se explican pero en este caso es necesario hacerlo. Hay que contar el verdadero valor de mi carrito.


Cuando debuté con una de mis patologías más inmovilizantes tuve que buscar la forma de seguir haciendo lo que más me gusta en la vida: trabajar como enfermera. Ya no podía con los carros estándar, ni por peso ni por tamaño ni por maniobrabilidad. En algunos centros de trabajo, concretamente en cierto hospital madrileño, he llegado a sufrir acoso laboral a causa de mi patología y mis dificultades de movilidad y de hecho me alegré de terminar mi relación laboral en aquel sitio. Pero volvamos a esa belleza humanística que suponen los centros sociosanitarios. Estuve mucho tiempo sufriendo una carga tremenda intentando encontrar la forma de llevar el material por las plantas sin que ello afectara a mi salud ni al resto de compañeros o que al menos no supusiese un alto impacto que me hiciera caer con una baja. La antigua dirección había preparado un montón de muebles y enseres para tirar, entre ellos unos carritos de limpieza con estructura metálica y con las partes plásticas y de tela rotas. Se me dilataron las pupilas: cogí tres, los estuve probando y ¡eran exactamente lo que buscaba! Ligerísimos, con la barra de empuje y al menos un espacio de trabajo a mi altura, la ergonomía perfecta (y que jamás hemos tenido a nuestro alcance los enfermeros, en ningún centro y mucho menos en hospitales, tomen nota, señores “tan listos” de salud laboral y fabricantes) para prevenir mis dolores, todo un lujo. Retiré los trozos rotos y dejé desnudo el armazón. 


Lo urgente era ponerlos a salvo y luego pedir permiso. La directora dijo con desprecio absoluto que le daba exactamente igual lo que hiciese con ellos, que los iba a tirar. Con la complicidad de mis compañeras enfermeras recogí los carros pero a mi vuelta ya habían tirado uno (y con el tiempo tiraron dos de los tres). Y llegó el nuevo director de entonces. Le expliqué mi situación y lo que pretendía hacer y no sólo le pareció adecuado sino que me sugirió que pidiese ayuda al equipo de mantenimiento y que pasara la factura del arreglo o lo que me gastase en materiales. Compré unas bandejas de plástico nuevas, no sin dificultades, nada estándar encajaba en ellos, pero con apoyo de mantenimiento y la complicidad de mis colegas lijé el óxido, apliqué el minio, me dieron los colores a elegir, pinté el primero de azul, mi color favorito, y le puse algunos detalles en amarillo para darle alegría. Retiré, a golpe de corte y desenredo, todos los hilos y pelusas que entorpecían el rodaje correcto de las ruedas y aquello se transformó en un carro ultraligero. Sí, palabra, ultraligero, era emocionante poder moverlo. Amoldé las bandejas de plástico con ayuda de una pistola de calor y las dispuse en el carrito terminado y en el de repuesto que quedaba y que nunca logré llegar a terminar (a pesar de que una compañera había elegido ya pintarlo de fucsia, ¿te acuerdas?) porque fue desechado en algún momento que no logro ni quiero recordar durante mi ausencia entre contratos.


Entre los dos carritos me gasté un total de 12€ con algo, no recuerdo el pico, eso fue lo que costó mi adaptación al puesto. Pensé en no pasar la factura pero se me antojó que debía quedar constancia oficial, que alguien curioso tuviese la oportunidad de comprobar el “tremendo” gasto de tener una persona enferma crónica bien cuidada en el centro. El primer carro ya terminado fue rescatado por la enfermera del laboratorio y allí me lo tuteló con todo cuidado empleándolo para las analíticas, así nadie se atrevería a tirarlo mientras me ausentaba.


Y así transcurrieron unos diez años de contratos intermitentes añadidos a los veinte que llevaba. Cada cierto tiempo le daba una mano de pintura, le limpiaba las ruedas y poco más, salvo limpiarlo y ordenarlo adecuadamente.


Hace unos días decidí que debía hacerle una puesta a punto y observé, tras limpiar los ejes, que se estaba rompiendo la base de anclaje de una de las ruedas delanteras, justo a la altura de la soldadura, a punto de quedarme con la rueda y parte de la estructura en la mano. Entré en pánico: ¿iba a tener arreglo?¿tendríamos soldadura en el centro?¿tendría que buscar otro carro?¿me quedaría sin él?¿cómo iba a desenvolverme sin mi carrito adaptado?¿tendría fuerzas para acometer las dificultades laborales hasta poder arreglarlo o conseguir otro?¿supondría todo aquello mi primera baja en más de diez años?¿lograría aquel terrible contratiempo lo que no había conseguido ni el covid: hacerme caer enferma?¿Y yo quieta cómo? Mi cabeza bullía como una olla exprés al ritmo y rima de mi estrés. Pero mis compañeras salieron al rescate: tranquila, mandamos un parte a mantenimiento, tú ponlo allí.


Con poca fe en la vida (aunque siempre en las personas buenas) y mucha desesperación, dejé una nota pegada a la altura de la rueda pidiendo ayuda. Me fui un tanto derrotada. Y lloré, lo reconozco, no soy tan fuerte. Es brutal el dolor tras el esfuerzo indebido y un brote te puede dejar encamada y torturada un mes o más sin forma de arreglarlo antes.


No habían pasado 24 horas y mis compis me enviaban la foto por la mensajería de internet: mi carrito con la rueda soldada. Y claro, yo, que soy una cursi, me emocioné. No es frecuente encontrar compañeros dispuestos a este nivel de compromiso humano. No es normal que los compañeros de mantenimiento de ningún lugar en el mundo sean tan precisos y rápidos. Y yo estoy feliz porque me han quitado un enorme peso de encima. No saben cuánto.


Tampoco se imaginan la intensidad de la tremenda gratitud que me inunda. Así que necesito dedicarles este poema. Y también les dedico todo lo bueno que consiga hacer en mi trabajo. Ojalá, y al menos, otros diez años.

¡Gracias a todos!


¡Ahí van unas coplas, que, como dijo Manuel Machado, hasta que el pueblo las canta, coplas no son!



Este carro es mi muleta,

es garante de mis pasos,

sin él apenas podría

realizar este trabajo.


Estaba yo el otro día

trabajando y se rompió

pero lo habéis arreglado

con pericia a contrarreloj.


Dais motivos de esperanza,

me salváis de un gran problema.

Así que ahora, queridos,

merecemos esta fiesta.








7 comentarios:

  1. La explicación del poema es lo que tiene más valor, Gio. Todo muy bien contado en prosa. Además, emociona la historia. Tus compañeros agradecerán el poema que tendrá para ellos un gran valor sentimental. Por tu parte, tenacidad e imaginación y, sobre todo, ganas y ánimo de luchar. No rendirse pase lo que pase, sobre todo cuando pasan tantas cosas incomprensibles e injustas cerca y lejos de nosotros. Vivir en la esperanza y en la solidaridad es el único modo de soportar a veces la existencia e intentar que sea verdadera vida. El mundo de las pequeñas cosas es también el mundo de las grandes. Coraje y corazón.

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  2. Super tierna la explicación, me encanta, y también el poema, como para cantado a ritmo de rap.

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    1. En realidad es una copla al más puro estilo aragonés, una buena jota, pero en efecto es perfecta para hacer rap, es lo que tiene la poesía, compañero, es versátil y musical, no en vano es lo mismo en latín, tercera declinación. Y como dice Nach, Revolución, Actitud, Poesía. Bueno, Ayikro también lo dice XD aunque no sea el autor jajajaj, a disfrutar. Un saludo cordial.

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  4. Me has emocionado, un simple gesto puede cambiar toda una vida y mejorar el mundo. Me alegro de la ayuda dada, de tus maravillosos compañeros que tanto te quieren, que por algo será.
    Lo que no entenderé nunca es a los que mandan, tanto cuesta un carro, por ley tenía que ponerlo hasta con motor si fuese necesario para adaptar tu puesto a tus necesidades.
    Eres una campeona, siempre con la cabeza alta y el brazo en alto.

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    1. Mi querido Sam, tú sí que eres un ejemplo de lucha tenaz y bondadosa. Un abrazo, querido amigo.

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