Ser viejo


       Me llama mi hermano. ¿Qué tal ha ido lo de los médicos?, pregunta. 

       Al endocrino, le digo, le preocupa lo de la glucosa, que estos análisis dan peores resultados. Me ha preguntado el galeno si hacía deporte y le he dicho la verdad, que estoy muy cansado, muy bajo de moral, aburrido, apático, sin ilusión alguna por vivir, y que no tengo ganas de nada, y menos de hacer deporte. El especialista me ha dicho que tengo que hacer un esfuerzo, que vuelva en tres meses con nuevos análisis, que no me manda más medicación que un poco de deporte diario, poco, treinta minutos de bicicletas estática, o algo así, y que cuide lo que como, que después de tantos años con diabetes ya sabré yo qué hacer. 

       Al cardiólogo, prosigo, le preocupa que tenga la tensión alta, bastante alta. Y me cambia la pastilla por otra algo más fuerte. Me pregunta que qué tal me encuentro y le digo lo que al endocrino. Se me queda mirando y mientras me hace el chequeo, para animarme, me dice que el corazón va bien. Que no me preocupe, que piense en positivo, que hace dos años, cuando me puso el stent, había estado a punto de morir, y que ahora tengo algunos años más de vida por delante, que el vaso está medio lleno, no medio vacío.

       Y al urólogo, por lo del cáncer de próstata, que voy el próximo día cuatro, y que estas pruebas son buenas, que los resultados de la analítica están por debajo de los anteriores que ya iban bien.

       Mi hermano intenta confortarme, se le nota que está preocupado; pero yo le digo que las cosas hay que vivirlas para entenderlas, que ahora comprendo casi del todo lo de padre, aquel estar a gusto de cualquier manera, en la dejadez de todo. Y es que cuando uno es viejo todo pasa a estar prohibido. No te puedes permitir el más mínimo disparate, ningún desahogo. Y esto cansa mucho, hermano. No puedes fumar, no puedes beber otra cosa que agua, el sexo ni olerlo, si hay alguna comida que te guste: eso no, verduras, yerba, como las vacas; fuera la sal, fuera la copa de vino. Todo esto cansa, todo esto te consume, te corroe por dentro.



El texto es de Santiago Solano

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