Concha Méndez. Una de las sin sombrero del 27. Por José María Garrido.




CONCHA MÉNDEZ

Una de las Sin Sombrero del 27

Por JOSÉ MARÍA GARRIDO


Soy Conchita Méndez y así me gusta que me llamen. ¿Contarle yo al espejo mi historia? ¿Para que si ya la sabe? Miraré por la ventana. Déjame que juegue con los tiempos, con el tuyo y con el mío. Es verano, acabo de nacer en el seno de una familia acomodada. Dicen que faltan dos años para que acabe el siglo y que voy a tener nueve hermanos más. Madrid está naciendo conmigo. Estaré con vosotros ochenta y ocho años, hasta que Méjico me vea morir en el exilio. Os diré que me va a gustar la natación y la gimnasia, tanto como el sombrero y que pasaré muchos veranos en San Sebastián. Pienso casarme con Manuel Altolaguirre, mi editor, que además es poeta y pertenece a la generación del veintisiete, esa en la que no me van a dejar entrar. Serán mis padrinos de boda relevantes escritores, como Luis Cernuda o Juan Ramón Jiménez. Pero yo soy demasiado libre y no sé si podré aguantar más de un año a su lado. El, posiblemente se vaya con otra, con la cubana Maria Luisa López Mena. Pero eso pasará dentro de muchos años. Pero estos son pequeños detalles cotidianos. A vosotros lo que os interesa son otras cosas de mi vida. Empecé a escribir en la “Residencia de Señoritas”, que curioso, ¿no? Así la llaman. Es algo parecido a la residencia de estudiantes, pero no me dejan ir, porque soy mujer. Antes en Londres, nacerá y morirá mi primer hijo. Antes escribiré mis versos. Antes me pondré el sombrero, antes de que nazca mi pequeña Paloma, mi segunda hija. Tengo también que decirte que nací con vocación viajera. Pienso recorrer Europa entera, y si es posible, cruzaré el océano, pero no me preguntes por las causas, esas no las conozco, tal vez me las vayan mostrando el calendario y mi paciencia: las letras, los acontecimientos políticos.
Dicen que hay dos palabras de las que no se vuelve. México y Exilio. Empecé a publicar tarde; ya tenía veintiocho años cuando salió mi primer libro. “Inquietudes”, luego vinieron “Surtidor” y “Canciones de mar y tierra”. Cuando salió este ya tenía treinta y dos años. Había vivido mucho.
No quiero aburrirte con la lista de mis obras, pero si te puedo sugerir alguna para cuando tengas bajo el ánimo o sientas curiosidad por mis escritos. Le llamé “Vida a vida” Cuando escribí “Niño y sombras” para mi hijo, yo tenía treinta y ocho años, empezó la guerra entre hermanos, y lo perdí todo. Mis letras ya no eran lúdicas, no eran alegres, ¿Cómo podían serlo? Son en realidad mis sentimientos, como el título que le puse al libro que publiqué en La Habana a los cuarenta y un años.
Y luego más poemas en “El ciervo herido”. Cinco años después dejaré de escribir. Estoy entrando de nuevo en ese pesimismo que me envuelve, y tú no tienes por qué soportarlo. Ahora te dedicaré un poema.


NOVIEMBRE


Cárdena tarde.

Yo no sé quién va,

quien sueña,

quien respira por el aire.

Sola estoy

por las estancias de la casa de mis padres,

pero esta soledad mía

alguien conmigo la comparte.

Una madera ha crujido…


Una puerta se entreabre…

Un fino aliento he sentido

Hasta mi frente acercarse…


Y en mi mano un leve roce

que quisiera acariciarme.

¿De dónde esta compañía ha venido

a acompañarme?


Las sombras bajan,

se esconden,

por los troncos, por la yedra,

entre los altos ramajes;


otras por el suelo

quedan como fantasmas

tendidos

bien pegados a la tierra.


Las hay que llegan dormidas

y se las siente que sueñan…

otras traen aires sonoros

en debilísimas quejas.


Las sombras bajan,

se esconden,

por los troncos, por la yedra,

entre los altos ramajes;


otras por el suelo

quedan como fantasmas

tendidos

bien pegados a la tierra.


Las hay que llegan dormidas

y se las siente que sueñan…

otras traen aires sonoros

en debilísimas quejas.


Noviembre.

Cárdena tarde.

Yo no sé quién va, quien sueña,

quien respira por el aire.


Sola estoy

por las estancias de la casa de mis padres,

pero esta soledad mía

alguien conmigo la comparte.


Una madera ha crujido…

Una puerta se entreabre…


Un fino aliento he sentido

Hasta mi frente acercarse…

Y en mi mano un leve roce

que quisiera acariciarme.

¿De dónde esta compañía

ha venido a acompañarme?


 

 

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