Reseña del libro de poemas Rayomatiz de Antonio Portillo. Por J. M. Barbot.

 

Reseña del libro de poemas Rayomatiz de Antonio Portillo Casado. Por J. M. Barbot.

Hablar de Antonio Portillo Casado es hablar no sólo de un hombre amable y honesto sino de un poeta honesto. Lo que no es poco, sobre todo en estos tiempos en los que a veces la poesía se convierte en una farsa, en un escaparate donde importa más lo publicitario y lo inmediato –o el número de seguidores que se tenga en las redes sociales– que el trabajo de la palabra, el bagaje de las lecturas y la elaboración estética bien meditada y cocida a fuego lento.

Y decir que Antonio es un poeta honesto no es poca cosa porque en poesía es muy importante la honestidad, sobre todo la del poeta consigo mismo, el poeta que es valiente y no se hace trampas al solitario, que no toma atajos ni usa trucos de feria, sino que intenta dar lo mejor de sí mismo, ir más allá de sus paisajes y sus límites, exigirse siempre una vuelta de tuerca más, arriesgarse y no mecerse en los versos ya escritos, aquellos que fueron elogiados por poetas a los que uno admira y que se guardan muy dentro, como oro en paño.

Rayomatiz es un poemario arriesgado ya desde su título porque alberga la pretensión de inventar un nuevo lenguaje poético, retorciendo los sentidos y los significados para lograr nombrar y describir de otra manera el mundo, o el Planetamundo, como dice el poeta, en el filo de la palabra y la navaja tiempo. En la herida entendida como sed. El hilo conductor de este libro podría decirse que es la búsqueda de la belleza en todas las facetas y momentos de la vida. En la luz y en la herrumbre, como pasaba en su anterior libro, cuya génesis explica en un poema de este otro libro, en el que muestra su propia actitud ante la vida: “La luz y la vida me hablaban / desde la muerte o la decadencia más absoluta. / Sentí un impacto de belleza”. Ese impacto fue la génesis de Luz donde la herrumbre y otro impacto semejante fue la de Rayomatiz, dos contemplaciones en distintos momentos, diferentes disparos, casi siempre relacionados con la luz, que le sobrevienen cuando menos lo espera –aunque él suele estar alerta para no perdérselos–.

Porque Antonio va en pos de la belleza, vive a lomos de un síndrome de Stendhal que le asalta desde las cosas cotidianas: una puerta a punto de abrirse, un muñeco de peluche abandonado, una cometa viajando libre en su cautiverio, la arcilla en las uñas del artesano, las sábanas tendidas al sol, una copa de vino para hacerle un brindis al dios Baco, una paella en familia o incluso una lata de tomate que se cae y se rompe contra el suelo, o sencillamente los ojos tristes de un anciano que ha perdido todo aquello que amaba.

Todo eso y mucho más está en este libro, demostrando que el poeta es capaz de atisbar la belleza en las cosas más nimias y menos obvias, en un totum revolutum intencionado, ya que el libro no tiene ni compartimentaciones ni un orden aparente, de manera que es el lector quien va advirtiendo las asociaciones entre unos poemas y otros, el rumor de fondo de aquello que le interesa al poeta, que, eso sí, no ha cambiado desde sus primeros libros: amor, la muerte, la niñez, el mar –sí, el mar en un poeta de Jaén–, los temas sociales –incluido el ecologismo– o la poesía, entre otros. Tal vez a eso se refiera Enrique Gracia Trinidad cuando habla en el prólogo de “otra dimensión, una realidad paralela” en la que uno acaba entrando a medida que va avanzando en los poemas y en las claves que esconden.

Nunca oiréis a nadie hablar mal de Antonio, porque es un hombre afectuoso siempre dispuesto a ayudar a quien se lo pida. Pero además, como os decía al principio, es un poeta honesto que cree en lo que hace, en lo que escribe y en el valor de la constancia y el esfuerzo. 

 

 
  Por J.M. Barbot
(Imagen de la Red)

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