Leyenda. Por Lana Pradera.

Imagen de la Red
         

San Jordi dibujó en el calendario un círculo alrededor del día 23. No es un mes de abril como los demás, se dijo. El clamor no cesaba. Llegaban noticias sobre un peligroso enemigo que no admitía ofrendas: era invisible. Mitigaba su voracidad con la sangre sabia de los ancianos, dejando en su camino un rastro de huérfanos sin pasado. Decidió hacerle frente con la ayuda del dragón de otros abriles. Negociaría con él la ofensiva.

Al amanecer, conseguida la alianza, el dragón recorrió las calles exhalando bocanadas de aliento ardiente hasta limpiar las ciudades. Movilizó a los vecinos menos amedrentados y mantuvo a la población dentro de sus casas. Mientras, San Jordi perfeccionaba su arma entre probetas, placas de cultivo y artilugios médicos. Cuando llegó el momento de capitanear a sus seguidores, reemplazó las espadas por jeringas de agujas afiladas. ¡Vencieron!, pero ese año solo brotaron rosas rojas en los cementerios y todos los libros quedaron por escribir.