En la red de Tinder conocí a Lena. Su cara afilada de ojos chispeantes llamó mi atención. Le envié un superlike y en segundos ella respondió.
Un día, al conectar con la red, parpadeaba un icono sobre su foto. Cliqué sobre él y la pantalla se expandió como un agujero de gusano. Los colores grises giraban mareantes. Mi cabeza entró en un torbellino que me llevó a otra dimensión. Quedé paralizado ante una escena caótica: guerreros a caballo gritaban blandiendo espadas y poderes especiales en un campo de batalla sembrado de muertos. Desde una loma, una mujer de complexión formidable agrupaba a su ejército. Era Lena. «Acompáñame», dijo. Me arrastró su magnetismo. Era una amazona guerrera, viajera entre mundos, que defendía con tesón valores que dormitaban en mí.
Tanta acción finalizó en un nocaut que me trajo de vuelta. ¿Una alucinación? No. Su señal intermitente continuaba ahí para que la siguiera a una nueva realidad. Me alisté en su ejército.
Lana Pradera