Algunos
han recordado el olvido y otros temen lo desconocido. Me gusta viajar con el
poder de mi imaginación a través del universo de mi mente en una alfombra
voladora –todos somos viajeros en el tiempo a través de los mares eternos
aunque no lo sabemos–.
Vista
desde el universo, la Tierra es un grano de polvo en el inmenso cosmos, y ha
sido creada a través del amor con una belleza que conmueve el corazón, donde
habitan diferentes seres vivos en armonía y respeto, excepto, los seres humanos
que crean conflictos sin sentido, incluso, hay algunos cuyo objetivo es dar
jaque mate a la vida en el planeta.
“La
sabiduría es esencia de luz que, como el aire, se filtra por todas partes y
todo lo contiene.
Todo tiene una memoria celular aunque muchas veces la de los
seres humanos esté en hibernación. Por ejemplo, los árboles frutales tienen por
misión crear frutos para que los seres vivos los disfruten y, así una y otra vez, durante su ciclo
en la tierra. Los seres humanos, además
de vivir, tenemos la oportunidad de ser y existir con conciencia, lo que nos
otorga mucho poder y responsabilidad pues somos creadores de nuestra realidad
si podemos exiliar el olvido para activar
nuestras memorias celulares”. Enseñanzas
que me impartía mi maestro durante nuestros viajes a través del camino de las
estrellas.
¿Fantasía
o realidad? Depende de con qué ojos lo veamos.
Itumi,
era el nombre de mi maestro y me transfirió sus enseñanzas antes volar hacia el
horizonte de luz y fuego. En mi décimo
cumpleaños me contó que mis padres prefirieron darme al templo antes que abandonarme
y dejarme morir de hambre. Itumi, me acogió, era sacerdote de Atón, hombre mayor,
de luengas barbas blancas y ojos serenos, su presencia era paz. Durante el
tiempo que permanecí a su lado me enseñó a desarrollar valor para vivir y a
bailar con la luz y la sombra, ambas necesarias, para enfrentarme a los miedos
irresueltos. También me enseñó a penetrar
en la esencia de las raíces de este maravilloso planeta y me recalcó que cada
ser humano es un actor dentro de la conciencia universal y, para descubrir
quiénes somos y poder cumplir con
nuestro verdadero destino y no el que nos imponga nuestro ego, nos ofreció
un don a cada uno de nosotros siendo nuestra responsabilidad descubrirlo,
desarrollarlo y emplearlo bien para el mayor beneficio de la humanidad y del
planeta.
Esa
tarde de mi décimo cumpleaños me regaló un tapiz que cubría el suelo de mi
pequeña habitación, el fondo era azul oscuro y dorado como el cielo de la noche
en el desierto, tenía dibujados triángulos, puntos, constelaciones, esferas, elipses
todo unido por lazos dorados y en el centro un sol con la llave de la vida, ank,
“nunca olvides que esta llave es la llave que abre el amor de tu corazón”, me
dijo. Poco a poco, a través de los años, me fue desvelando el poder que tenemos
los seres humanos y los secretos que guardamos. “La meditación es una herramienta mágica que
nos permite conectar con la sabiduría ancestral y nos proporciona serenidad, también
nos ayuda a sentir los beneficios del
conocimiento por eso los antiguos egipcios llamaban a las bibliotecas el tesoro
de los remedios del alma pues curaban la ignorancia. El
mayor daño que puede sufrir el ser
humano es la pérdida de la sabiduría. Busca
siempre las raíces y no te pares en las apariencias. Las raíces son el conducto
por el que sube el néctar de la energía creando plantas, árboles, es decir, la
vida en el planeta. Así, la esencia de nuestro ser nace en la raíz del corazón por
la que pasa el néctar de la luz que nos da la fuerza de vida”.
Una
mañana mientras el alba arropaba a las estrellas y los colores magenta y dorado
nos envolvían calentando nuestro corazón, me recordó: no olvides las palabras de
nuestro querido faraón el sol: “La
verdad hay que descubrirla pues nos impulsa a cambiar de actitud y de forma de
pensar y sobre todo a comprender que
ningún esfuerzo pasa desapercibido y que aunque haya nubes de desasosiego y
agitación no debemos perder la calma; la sabiduría nos mantiene conectados con
nuestro centro y la verdad humilde y
sincera es amor que nos conduce a la grandeza del ser cuyo objetivo es lograr
cambiarnos a nosotros mismos. El principio y el final es el instante”. Esas
palabras se quedaron grabadas en mi alma como una huella de fuego que danza en
el aire y se refleja en los mares. Días después, estábamos en una terraza cuyas
escaleras llegaban a la orilla del río Nilo; en ese punto de la tarde donde el
calor empieza a alejarse para dejar entrar el viento fresco que por la noche
acaricia al desierto, era uno de los momentos que más disfrutaba al ver el
juego de luces y esa calma propiciaba la
clase de preguntas y respuestas que teníamos una vez a la semana. Esa noche, había
tenido un sueño “estaba en una aldea pequeña donde vivía gente sencilla y
amable en armonía con la naturaleza, todos llevaban grabados el sol en su corazón”. Le pedí que
me hablara de esa civilización que estaba al otro lado del mar. Me cogió de la
mano, sentí ese escalofrío previo a un viaje en la alfombra voladora y de
pronto estábamos volando a través de los
mares y de paisajes de una belleza sobrecogedora. Llegamos a una tranquila aldea,
se oía el alegre canturreo de un riachuelo y se olía la fragancia de las flores
de primavera, a lo lejos se dibujaban perfiles de altos picos blancos. El
chamán, “Luz del alba”, salió de su tipi para saludarnos. Era un hombre alto y
musculoso, vestido con un manto ambarino, pelo largo recogido en una cola. No
hacía falta hablar, todo se decía a través de las miradas. Sin más, empezamos a
subir por un sendero empinado, su semblante se puso triste cuando nos dijo:
“algún día este camino será conocido como el “camino de las lágrimas” por el
éxodo de un pueblo cuyo dolor y tristeza
por abandonar su tierra y a sus seres queridos, abonarán estos campos que ahora
son floridos. El hombre blanco nos echará pues solo quiere poner precio a la
tierra que no le pertenece, sin importar el dolor infligido a mi pueblo y a la
madre naturaleza”. Los tres vimos con claridad el terrible espectáculo y una
profunda huella de dolor se imprimió en mi alma. “Luz del alba”, me miró a lo
más profundo de mi alma con sus abismales ojos que brillaban como una noche vestida
de diamantes y me dijo: “Algún día volverás a este lugar para continuar la
senda del chaman”. Abrí los ojos y ahí estaba mi maestro mirándome sonriente
pero sus ojos estaban llenos de tristeza; aprovechó para decirme que tenía que
huir pues un traidor iba a entregar el
país del sol al reino de la sombra. Unos
ruidos sonaron en el interior del templo y antes de que la ignorancia y la
violencia salieran a la terraza, me
urgió a que huyera a través de las aguas del Nilo.
“Hay
que destruir la ignorancia para construir la lucidez. La violencia, la codicia,
y el egoísmo son realidades que traerán tiempos de sombras; no podemos
escondernos pues la vida se ocupará de devolvernos al mismo lugar, hay que
tomar la dirección adecuada y seguir luchando para que las personas buenas sigan creciendo como las raíces en la tierra para
que cubran de vida al planeta”. Me desperté con esa voz tan querida y conocida en
mi ser y una gran emoción de amor comprimió mi corazón; salí del tipi para refrescarme en las frías
aguas del riachuelo. Mi compañero estaba preparando el desayuno, su mirada se
posó en la mía y en silencio saludamos
al sol para dar gracias por el nuevo día. Esta noche ha vuelto desde las
estrellas mi maestro le dije a mi compañero, sé que no es un sueño pues su impacto
está grabado a fuego en mi ser, lágrimas de amor regaron la tierra y recordé
aquel viaje cuando el chamán “Luz del alba” nos enseñó el camino de lágrimas y,
volvieron, en ese momento, a vibrar sus palabras en mi corazón -“algún día
volverás”-; hoy es ese día pues he recobrado la memoria
y he sentido y absorbido
la fuerza para sanar y transformar ese dolor que las lágrimas y lamentos
dejaron hace tanto tiempo en el camino. Mi nuevo ciclo de vida me ha
llevado a nacer en este precioso lugar donde la naturaleza nos regala vida y
armonía para continuar la senda del chamán.
“Algunos
recuerdan el olvido y otros temen lo desconocido. No hay espacio ni tiempo,
solo ciclos de vida –principio y fin-; hay que recuperar la memoria escondida
en el alma para exiliar el olvido y poder llegar a nuestro destino. La
ignorancia nos impide volar pues aprisiona el don de la sabiduría y de la
libertad. El don de la imaginación es poderoso, así como todos los dones que
nos regalan los dioses cuando somos merecedores; el don nos permite ser
visionarios y volar en una alfombra mágica hacia otros universos donde el
perfume de las estrellas se esparce como flores silvestres en nuestra alma”,
palabras que “Luz del Alba” lanzó al aire, hace muchos, muchos años, para que
todo aquel que quiera escuchar, las pueda sentir en su alma.
Algunos
han recordado el olvido y otros temen lo desconocido. La senda del chaman nos
dice que una mente sana y clara es necesaria para el conocimiento y para dejar penetrar la luz
de la sabiduría, también nos dice que el sendero del sol es ayudar a los demás
y a dar una parte de nosotros a la humanidad.
(foto privada)