El pulpo, ser inaudito



  Los conocimientos del hombre sobre sí mismo y sobre la naturaleza del mundo en el que vive no hacen más que avanzar día tras día, y no pasa un momento en que no nos sorprendan con nuevas informaciones. Por ejemplo, aunque la mayoría de la gente piensa que ya se sabe todo lo que se puede saber sobre los habitantes del planeta, no hay instante en el que no se descubra una especie de hongo, planta o animal nueva, una media de 20.000 al año, por supuesto se incluye aquí toda clase de microorganismos descontados bacterias y virus, se viene a sumar a los millones ya conocidas. 

   Sirva esto de preámbulo para comenzar a referirnos a un animal, en concreto un invertebrado, un molusco, del que se sabía bien poco hasta no hace mucho, y cuyas peculiaridades fisiológicas, destrezas de interacción con su medio y aún agudeza intelectiva han zarandeado los pilares que sostienen a la Zoología tradicional y más aún a la moderna Etología.



   Se trata del molusco cefalópodo octopus, el llamado comúnmente pulpo, del cual se conocen unas trescientas especies diferentes, cada una con sus particularidades propias por lo que aquí vamos a hablar más bien de las generalidades más comunes. 

   Lo primero que nos debe llamar la atención es su prodigiosa constitución física, de la que los científicos conocen ya bastantes pormenores. Entendamos que es un animal que existe prácticamente con la misma forma desde hace unos quinientos millones de años, fecha muy anterior a la era de los extintos dinosaurios, por lo que supera en muchos cientos de millones de antigüedad a la especie humana, cuyos primeros representantes, los más arcaicos homínidos, apenas tendrían uno o dos millones de años. En ese tiempo, este ser ha evolucionado a su manera alcanzando esas altas cotas de perfección… entiéndase, en algunos aspectos. 

   Su vida no es demasiado larga si la entendemos en la escala humana, a lo sumo cinco años en las especies más longevas, pero tan solo unos dos por término medio. 

   Aunque hay algunas excepciones, es un animal solitario y hasta asocial que solo se une a sus congéneres hacia el final de su vida, cuando llega el momento de la procreación. En ese momento macho y hembra se buscan para aparearse, produciéndose también ocasionales luchas a muerte entre representantes del primer género por conseguir su objetivo. Después del acto sexual, el macho sufre una rápida senescencia y muere a las pocas semanas, mientras que la hembra dura unos meses más, el tiempo que tardan en eclosionar los huevos fecundados, en cuyo transcurso esta no busca alimento alguno pereciendo finalmente por inanición. 

   Bueno, hasta aquí lo relatado no es nada excepcional en la naturaleza, pero si reparamos en su anatomía nos podemos hacer una idea de lo increíblemente especializadas que están sus capacidades físicas y destrezas en aras de su supervivencia. 

   Pese a lo que cuentan ciertas leyendas y muestran algunas películas de ficción, el pulpo más grande que se ha encontrado documentado científicamente pesaba alrededor de 75 Kg, aunque hay un registro histórico no comprobado con rigor de 272 Kg con brazos de nueve metros, pero lo normal, incluso en la especie más grande, el pulpo gigante del Pacífico, es que no pese más allá de los 15 Kg y tenga una envergadura 4,90 metros, téngase en cuenta que el peso de un ejemplar de los que comúnmente encontraremos en el mercado, viene a ser de uno a dos kilos, cuatro como mucho. 

   Pues bien, resulta extraordinario, pero son hechos probados, un ejemplar así, es capaz de moldear y comprimir su cuerpo blando para hacerlo pasar por un orificio tan estrecho como el de una tubería de 2,5 cm, quizás con el límite del diámetro de la única parte dura de su anatomía, el pico corneo que tiene por boca. 

   Son animales simétricos con cuatro extremidades a cada lado que deben ser llamados apropiadamente brazos, las seis delanteras, y patas, las dos traseras, pues esas funciones aproximadamente ejercen. No se deben confundir con tentáculos, que serían las dos largas extremidades adicionales de calamares y sepias, con las que los pulpos no cuentan. 

   Y se especifica esto por poder describir mejor los tres posibles medios de locomoción que practican en el agua. Ellos pueden nadar mediante el concurso de sus brazos y patas más la estructura palmeada que los une, llamada manto, andar por el fondo o “volar” por propulsión a chorro al lanzar agua a presión gracias al uso del sifón, embudo cónico que se abre a la cavidad paleal, esa oquedad que da acceso a varios de sus órganos, entre ellos las dos branquias con las que respiran. 

   Pero lo que más sorprende de la morfología de un octopus es su increíble capacidad de mimetismo y cripsis, capacidades de fingir lo que no son y confundirse con el entorno natural por donde se mueven, respectivamente, gracias a la acción combinada de los cromatóforos, leucóforos e iridióforos, glándulas o células pigmentadas de varios colores repartidas por todo su cuerpo, y también a reacciones musculares que consiguen cambiar la textura del tejido conjuntivo de su dermis de forma extrema, por ejemplo con el concurso de las papilas retráctiles que tiene sobre su, digamos cabeza, en la corona, hasta llegar a crear dramáticos relieves de forma artificiosa, a lo que se añade la posibilidad de adoptar poses increíbles modelando de forma instantánea su figura. 

   Y por si todo esto no funcionara, aún tiene otros mecanismos de defensa ante sus depredadores, como es la expulsión de tinta por su sifón consiguiendo enturbiar el agua cercana o la posibilidad de ceder uno o varios de sus apéndices a las fauces de sus enemigos sin sufrir gran menoscabo por ello, dado que en poco tiempo le vuelven a crecer tan perfectos como antes. 

   Otras curiosidades de su anatomía que citaremos de pasada para cerrar esta introducción son: la adaptación del tercer brazo derecho de los machos en una especie de pene, el hectocólito, sus tres corazones, su sangre de tono azul por utilizar el cobre de la hemocianina y no el hierro para fijar el oxígeno, el veneno que inocula su pico al morder, afortunadamente no mortal para el ser humano salvo en una especie, las mil seiscientas ventosas de sus extremidades equipadas de receptores que proveen al animal de los sentidos del tacto y el gusto, el desarrollado sentido de la vista que le proporcionan sus dos ojos de estructura muy compleja, o un cerebro dotado de unos quinientos millones de neuronas que le confieren una capacidad mental al menos similar a la del gato, y cuyos dos tercios de tejido neuronal están repartidos por sus brazos, de tal forma que en ocasiones estos se comportan de forma casi autónoma, etcétera. 

   Antiguamente se consideraba que un ser como el pulpo, incapaz de generar algún tipo de sociedad con sus congéneres no podía ser muy inteligente, y su vida tan corta tampoco le proporcionaría la experiencia necesaria para el desarrollo de habilidades, pero la observación científica de su comportamiento, tanto en laboratorio como en su medio natural llevada a cabo en los últimos decenios, hizo cambiar de opinión a los expertos. 

   Si definimos la inteligencia, en concreto la que atañe al mundo animal, como la capacidad de un ser de entender el nicho ecológico de su entorno, adaptarse adecuadamente a él e incluso llegar a modificarlo a través de la experimentación y el aprendizaje, se llega a la conclusión de que el pulpo se muestra extraordinariamente apto para esa interacción con su hábitat. 

   Sometido a innumerables test diseñados para él, se descubrió que tenía una poderosa memoria tanto próxima como remota, una enorme capacidad de aprendizaje, y una aguda sensibilidad emocional al interaccionar con sus congéneres en cautiverio o con humanos, que se evidencia en las diferentes coloraciones de su piel con que reacciona a cada sentimiento, tal como el rojo cuando está nervioso o enojado, o el blanco cuando se relaja y disfruta de un plácido momento, etcétera. Pero sobre todo de un incuestionable nivel de inteligencia. 

   De hecho, los distintos organismos e instituciones científicas le sitúan todos entre los diez animales más inteligentes de la naturaleza, estando prácticamente presente en todas las listas publicadas, cosa que por ejemplo no sucede con el perro, que falta en alguna de estas relaciones, ni con el gato, que no suele aparecer entre los componentes de esa élite. En todo caso, se le considera sin duda alguna a la cabeza de todos los invertebrados conocidos. 

   Sus proezas intelectivas más importantes desde luego son la resolución de laberintos, la apertura de cajas dotadas de complicados cerrojos o de tarros, la utilización en ocasiones puntuales de objetos a modo de herramientas, como cuando apila piedras para tabicar su guarida y, ocasionalmente hasta el desmontaje de los equipos de fontanería propios de los tanques de los acuarios en su afán de escapar. 

   Si queréis empezar a comprender y a amar a estos animales os recomiendo el libro de Sy Montgomery, “El alma de los pulpos”, impresionante y cariñosa descripción del octopus. 

Antonio Castillo-Olivares Reixa 

Móstoles, 07/10/19