La lluvia derramada
que se sumerge traidora,
es simiente portadora
de la peste emponzoñada.
Y hace brotar la tierra,
brutalmente desgarrada,
avanzando incontrolada,
de lo alto de la sierra.
Mezclando el lodo y las piedras,
en su paso despiadado;
deja todo destrozado
y en la ciénaga lo entierra.
Un pavoroso clamor,
en una noche intranquila,
toda la ciudad vigila,
presa de un ciego terror.
Paredes que se desploman,
por fuerza de las corrientes
y las gentes, impotentes,
a las ventanas se asoman.
En medio de una cortina
de lluvia intensificada,
la población, asustada,
se reúne en una esquina.
Intentan salvar, en vano,
los pequeños comerciantes,
los vecinos, los viandantes,
todo cuanto está en sus manos.
Mas, con la enorme riada,
las aguas han inundado
pisos bajos y el mercado;
la calle queda arrasada.
Flotando en un laberinto
de troncos, agua y de lodo,
absolutamente todo
lo conocido es extinto.
Bilbao, con la inundación
se quedó desfallecido
y sus puentes lo han sufrido,
incluyendo a San Antón.
Entre el caos y confusiones,
entre lamentos perdidos,
buscan desaparecidos,
entre calles y cantones.
La Cruz Roja, Ayuntamiento ,
La Dya, Diputación,
trabajando con tesón,
tareas de salvamento.
En hechos y en atención,
por la noche y por el día,
ejército y policía
y la radiodifusión.
Yace Bilbao, este día
que debiera ser hermoso,
tras un hecho pavoroso,
en su Aste Nagusia.
Escrito en Agosto 1983 por Eduardo Luis Díaz Expósito.”zuhaitz”.
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