Los susurros del viento

     El viento corre, va susurrando, entre sombras, versos de melancolía, nostalgias, ilusiones, esperanzas. Sus palabras, enigmáticas, ausentes, recorren, velozmente, todos los rincones de la noche en los que se esconde algún presagio que quiere volar, lanzarse al abismo de los deseos, quiere escapar de su soledad ingrata.

     Huyen al otro lado de la luna. Buscan, como frenéticas posesas, la única salida de tanta incomprensión. Se pierden por caminos extraños que no saben hacia dónde se dirigen. Pretenden gritar toda la verdad, oculta en absurdos convencionalismos que nadie cumple, tratan de dibujar horizontes relucientes, llenos de ilusiones de colores, dispuestas a entregar al ser humano esperanzas certeras, con las que pueda recuperar sus ganas de seguir avanzando por su camino y que, por fin, pueda permitirse el lujo de soñar, necesita dejar atrás sus miedos, despojarse de su absurda vanidad. 

     En muchas ocasiones, suya, sólo suya, es la culpa. Su desgracia es que se mira muchas veces en un espejo deforme, la bondad de su alma desapareció hace demasiado tiempo, busca algo que jamás podrá encontrar. La palabra no tiene la culpa de su actitud, de su egoísmo. Muchas veces, teme por sus sentimientos, por los rencores con los que pretende humillar la blancura de la inocencia.

     Entonces, las palabras huyen, no quieren ahogarse con las lágrimas de los muertos. El viento seguirá susurrando, eternamente, frases de amor, bajo el amparo maternal de la luna.